He disfrutado de dos atardeceres preciosos, quise fotografiarlos, pero las dos veces me ha pillado ocupada; la primera tarde estaba en plena conversación telefónica, y vi cómo iba oscureciendo sin darme tiempo a dejar la llamada y usar la cámara.
Ayer iba conduciendo, disfrutando de los tonos rosas pastel que inundaban el cielo y que se iban tornando en granates a medida que corrían los segundos en el reloj.
Si a esto le sumamos la bonita silueta de una cigüeña en una farola, o el grácil y elegante vuelo de varias de ellas cruzando el azul cielo invernal, tenemos un regalo para nuestras retinas y nuestro espíritu.
Por pequeños regalos como éstos hay que estar atentos a lo que nos rodea.
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